miércoles, 26 de julio de 2017

Inútil

“No sirvo para esto”, pensé mientras leía los textos de los participantes. Todos eran tan poéticos, tan pasionales; y yo no tenía nada para contar. Algunos hablaban de las olas, otro de la playa, aquel de las gaviotas o elogiaban la inmensidad del mar.
                Ninguno tenía errores de ortografía, sabían usar las comas y los puntos. Todos  tenían un blog lleno de textos excelentes. Y yo estaba sentado frente a una netbook del estado que estaba sobre la máquina de coser de mi abuela (yo la llamaba escritorio) sin saber que escribir.
                Encima todos eran españoles, profesores de literatura o bibliotecarios. El hijo de un tambero argentino no tenía oportunidad frente a esos rivales.
                Jamás fui al mar, no sé qué se siente ver su inmensidad, ni se cuál es el costo de alquilar una sombrilla en Barcelona.
                Miré por la ventana, y a través de la vieja tela mosquitera vi que era otro de esos días nublados y húmedos en los que a uno le dan ganas de pegarse un tiro. Pensé en que haría el resto del día y me di cuenta de que lo único que deseaba era que llegara la noche para recostarme en la cama y escuchar la radio.

                Me di por vencido, salí del sitio web en el que estaba, apagué la netbook y miré la hora en mi viejo celular. Eran las doce y cincuenta, me apuré para ir al baño y cepillarme los dientes. Luego me puse la campera que usamos de uniforme los alumnos del último año de mi escuela, me dirigí a la puerta que da a la calle, salude a mi hermana mayor y le dije que cerrara la puerta  con llave, ella me mandó a la mierda. Y una vez más volvió a mi mente esa idea que mi padre me repetía todos los días y que terminé por creer. Recordé que soy un inútil de mierda.

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